domingo, 16 de marzo de 2008

Mirando con otros ojos...

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“No controlamos casi nada, es inútil preocuparse o tratar de controlar hasta el último detalle de nuestra vida”[1]. Innumerable cantidad de situaciones nos toman por sorpresa o vienen a desordenar las piezas de nuestra existencia.

Cuando en las clases de filosofía leía artículos en los que ciertos teóricos afirman: Dios ha muerto[2], yo pensaba inexorablemente al revés: “la omnipotencia del hombre está comprobadamente muerta”. No sé qué más pruebas necesitan. Lo vemos por ejemplo en la limitación de las teorías que el hombre construye; en su propia fragilidad y temporalidad...

Yo empecé mi camino en el magisterio y por él fui avanzando. Inicié la universidad. Me recibí. Accedí a instituciones privadas de prestigio. Progresé alcanzando cargos jerárquicos. Generé ideas y promoví espacios de formación. Hasta aquí todo resultaba prometedor o exitoso[3].

Con los años, entendí que debía volver al grado para cumplimentar esos cuatro años que me faltaban.

No sentí horror por la decisión, es más, sentí una profunda alegría.

Más luego, la respuesta se hizo sentir. Los que se iban notificando me devolvían cierta sensación de vergüenza y ya no deseaba contarlo.

Me retornaba un eco de rechazo en sus miradas y gestos. Estas provenían de la sociedad en general, entre ellas, de algunos maestros a los que formé, de los dueños de las escuelas privadas en las que trabajé, de algunos directivos de otros niveles con los que compartí. Me cruzaba con algunos de ellos en mi camino hacia la escuela. Por lo general cargada de bolsos conteniendo: cuadernos, libros y/o afiches y por supuesto revestida en mi blanco delantal.

Esos gestos, esas miradas no sólo bajaban mi calificación o reputación en tanto MAESTRA sino que además todo mi ser, mi esencia era descalificada. ¡VOLVISTE AL GRADO!, VOS...QUE SOS PSICÓLOGA...- exclamaban con rechazo. ¡SOS MAESTRA!... ¡EN UNA ESCUELA PÚBLICA!- repetían con aire despectivo.

El tono marcaba una profunda desaprobación. Una fuerte sensación de fracaso era inoculada por mis venas. Cada palabra funcionaba como un latigazo que me mandaba al final de la fila. Una real y auténtica PERDEDORA. Una inútil, ya que para volver al grado, algo de mi calificación profesional no debería de haber andado.

Intenté abandonarme al fluyo de mi existencia cotidiana. De todos modos lo que tuviera que acontecer, acontecería más allá de mis cálculos.

En mis ensoñaciones imaginaba que si me encontrara con Freire o con Dewey o Celestin Freinet o con muchos otros, no les causaría humillación que un maestro volviera al aula.

Recuerdo que mi hermana me dijo una vez: El barco está seguro en el puerto pero no fue construído para eso.

Hoy, estamos frente al ocaso de los grandes pedagogos, esos que pensaban y escribían desde el aula. Han sido sustituídos por equipos técnicos especializados en parcelas muy específicas del saber pedagógico.

Muchos técnicos escriben y piensan la educación desde un escritorio. Tal vez sea esto lo que los aleje de esta suerte de contaminación o vaya a saber uno de qué los preserva. Todo parece indicar que se es obrero o se es pensador.

No puedo controlar lo que siento, es que por ahí circula mi deseo y efectivamente percibo que siempre hablaré desde el aula. a esta altura estoy plenamente convencida, que han sido mis desaciertos, mis equívocos, los que siempre me han impulsado a hacer algo: cómo ir mejorando esto o cómo entender aquello que insiste o preguntarme si efectivamente era tal o cual método el que no resultó, o interrogarme sobre las causas por las cuales X grupo de alumnos concluyeron el año habiendo aprendido tan poco... ¿qué paso?. Es decir, no encarno ningún SABER CERRADO, ni poseo todo el saber disponible. A lo sumo, comparto junto con ustedes las tensiones que se producen en el tránsito de nuestro quehacer, los malestares, los desaciertos, las vicisitudes del sujeto que enseña.

Ojalá nunca me alcance ese halo de reflexionar, de juzgar o de inventar por fuera de la práctica, simplemente, porque me asusta la posibilidad de volverme CIEGA.



[1] A partir de esta frase extraída del libro: “La suma de los días” de Isabel Allende inspiro la continuidad de mi escrito.

[2] COHEN, ESTER (1998), “Genealogía del concepto de subjetividad”, en: Ensayo y Subjetividad, Ed. Eudeba .Bs As. Pag 101-112

[3] En Oriente, la realización del hombre consiste en liberarse de la ilusión de tener un ego, accediendo así a una realidad global, colectiva y cósmica. En Occidente el éxito está afirmado en el engrosamiento del propio narcisismo a partir del cumplimiento de los ideales señalados por la cultura.

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