jueves, 1 de mayo de 2008

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HOMENAJE A SILVIA BLEICHMAR.

Quiero citar unos párrafos del libro “La subjetividad en riesgo” de la Dra. Silvia Bleichmar. Psicoanalista argentina fallecida que nos ha dejado un entrañable y riquísimo material.

Me gustaría pensar estos recortes aúlicos vividos y narrados abajo. Podemos percibir un niño que sufre, dando cuenta de su dolor.

Durante la transferencia se ponen en juego varios afectos. Por un lado, mi intento de contener y aliviar el malestar del niño, mi propia incapacidad o la sensación de una insuficiente o fallida intervención, que gira en torno de la imposibilidad de mi entera entrega a la escena, mi mente no sólo intenta estar ahí sino que se inquieta entre los otros niños que entran o salen del salón, se pelean, o toman partido, mientras transcurre la situación.

Experimento malestar por esto. Comienza a sumarse, además, la percepción de mi propio sufrimiento, mi propio malestar.

¿De qué propio sufrimiento o malestar estaría hablando?

Dice Bleichmar... “Hace ya años el pensamiento de Marcuse definió como “represión sobrante” los modos con los cuales la cultura coartaba las posibilidades de libertad no sólo como condición del ingreso de un sujeto a la cultura sino como cuota extra, innecesaria y efecto de modos injustos de dominación.

Con el mismo espíritu podríamos definir hoy como “sobremalestar”, o “malestar sobrante”, la cuota que nos toca pagar,la cual no remite sólo a las renuncias pulsionales que posibilitan nuestra convivencia con otros seres humanos, sino que lleva a la resignación de aspectos sustanciales del ser mismo como efecto de circunstancias sobreagregadas.

Las dificultades materiales, la imposibilidad de garantizar la seguridad futura y el cercenamiento de metas, en general, no alcanzan para definir, cada una en sí misma, este “malestar sobrante”- si bien cada una de ellas y con mayor razón todas juntas podrían ser motivo del mismo en numerosos seres humanos.

El malestar sobrante está dado, básicamente, por el hecho de que la profunda mutación histórica sufrida en los últimos años deja a cada sujeto despojado de un proyecto trascendente que posibilite, de algún modo, avizorar modos de disminuciòn del malestar reinante.

Porque lo que lleva a los hombres a soportar la prima de malestar que cada época impone, es la garantía futura de que algún día cesará ese malestar, y en razón de ello la felicidad será alcanzada. Es la esperanza de remediar los males presentes, la ilusión de una vida plena cuyo borde movible se corre constantemente, lo que posibilita que el camino a recorrer encuentra un modo de justificar su recorrido.

Y el malestar sobrante se nota particularmente, en nuestra sociedad, en el hecho de que los niños han dejado de ser los depositarios de los sueños fallidos de los adultos, aquellos que encontrarán en el futuro un modo de remediar los males que aquejan a la generación de sus padres. La propuesta realizada a los niños- a aquellos que tienen aún el privilegio de poder ser parte de una propuesta- se reduce, en lo fundamental , a que logren las herramientas futuras para sobrevivir en un mundo que se avizora de una crueldad mayor que el presente.

La “vejez melancólica”, dice Norberto Bobbio en ese maravilloso texto: De senectute, es la conciencia de lo no alcanzado y de lo no alcanzable. Se le ajusta bien la imagen de la vida como un camino, en el cual la meta se desplaza siempre hacia delante, y cuando se cree haberla alcanzado no era la que se había figurado como definitiva. La vejez se convierte entonces en el momento en el cual se tiene plena conciencia de que no sólo no se ha recorrido el camino, sino que ya no queda tiempo para recorrerlo, y hay que renunciar a alcanzar la última etapa.

Somos parte de un continente que ha sido arrastrado a la vejez prematura, cuando aún no había realizado las tareas de juventud y es en razón de ello que nos vemos invadidos por la desesperanza, la cual toma la forma, en muchos casos, no de la depresión sino de la apatía, del desinterés.

Los psicoanalistas contribuimos poco a la resolución del malestar sobrante cuando, en lugar de encontrar los resortes que lo producen-no sólo en el mundo entorno, en nuestros pacientes y en los espacios en los cuales nos corresponde dilucidar las fuentes del sufrimmiento, sino también, en nuestra propia teoría y en los paradigmas que suponemos nos sostienen-nos consideramos sus víctimas, sumando al desaliento la parálisis intelectual y la oquedad de fórmulas que ya no sirven sino como rituales despojados de sentido.

El malestar sobrante está dado por algo más, que somete al desaliento y a la indignidad, y nos melancoliza como viejos. El malestar sobrante está dado por la cantidad de inteligencia desperdiciada, de talento y entusiasmo sofocado, con el cual cada uno paga el precio de su propia inserción.

Si lo imprevisible es lo posible, al menos que no nos tome despojados de nuestra capacidad pensante, que es aquello que puede disminuir el malestar sobrante, ya que nos permite recuperar la posibilidad de interrogarnos, de teorizar acerca de los enigmas, y mediante ello, de recuperar el placer de invertir lo pasivo en activo


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