sábado, 26 de abril de 2008

TÍTULO: DE UN HORIZONTE INCIERTO... (cuando advienen irrupciones violentas y no se sabe hasta dónde pueden llegar).

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Descripción de una escena aúlica:
Esta experiencia relata un día de clase, en un aula del conurbano (una escuela céntrica de una localidad bonaerense –Pcia. de Buenos Aires), constituída por alumnos que cursan el tercer grado, es decir con 8 años de edad aproximadamente.
Era un 12 de noviembre. Omar llega nervioso a clase. Irascible y fastidioso no se lo observa con ánimo para trabajar, no se engancha con el tema que estamos conversando en clase. Intento sentarlo junto a mí (sólo vinieron 8 chicos ya que es un día de fuerte tormenta). Se niega. Se sienta solo. Desde allí empieza a hacer bollos de papel que tira hacia la cara de Alejandro. Alejandro se para diciéndome que le va a pegar. Vuelvo a intentar hablar con Omar, intento preguntarle qué le pasa: “Si pudieras contarme lo que te enoja, tal vez podría ser más sencillo solucionarlo y vos te sentirías más aliviado”.
No me habla, su mirada se pierde fija en el entorno. Se para, toma la cartuchera de Pedro y se la revolea. Como estaba abierta vuelan por el aire lápices, goma, sacapuntas, etc. Pedro agrega: Mirá seño, mirá. Omar toma la regla y se la tira a la cara de Pedro.
Intento volver a pedirle que conversemos, lo invito a sentarse junto a mí. Se niega. Sigue provocando a los compañeros toma sus mochilas con intención de arrojárselas, intento persuadirlo, lo invito a la reflexión, tomo un títere e intento llevarlo a un campo más simbólico. Un títere que intente poner en palabra su malestar. El toma con brusquedad el muñeco y lo tira. Pregunto a la clase si pasó algo en el micro escolar.
Jeremías dice que el enojo de Omar es que Alejandro lo apoya (esto es le apoya sus genitales en la cola de Omar) y le hace la cucharita (refriega sus genitales sobre el cuerpo del niño).
Hablo con Alejandro. Alejandro dice que Omar también lo hace. Jeremías y Pablo comentan que Omar grita por la ventana del micro escolar: “Cuánto cobrás para que te cojan?” a los transeúntes que pasan por las veredas.
Además dice Jeremías y Pablo, Alejandro muerde. A mí me mordió el dedo, dice el primero y a mí el hombro.
Intenté hablar con el grupo. Hablamos del respeto del cuerpo ajeno, de que la genitalidad de un ser humano está construída en el pudor, en la intimidad y en el amor. Aún así, Omar continuaba muy agitado. Pedí ayuda ya que podía lastimar o lastimarse. Quien estaba a cargo del gabinete, estaba reunida con la directora. No me animé a interrumpir ya que hube notado en otras oportunidades el malestar que les provocaba cuando algún docente se disponía a cortar la charla. Malestar que se traducía en un grito de parte parte de la directora hacia el maestro para que no moleste.
Finalmente recurrí a mi compañera del grado contigüo. Como allí tampoco Omar lograba tranquilizarse, llamé de inmediato a la casa de Omar para que vinieran a retirarlo.
Para todo esto, ya casi finalizaba la tercer hora de clase.
Esta experiencia que relata apenas un día de clase, no era sólo un día sino el transcurso de los días que podría ilustrar uno tras otro colmados no sólo con improperios dirigidos hacia cada una de las personas de la institución sino hacia ellos mismo y hacia los otros compañeritos como grafiqué en el caso de Omar o de Alejandro, por citar algunos.
Recuerdo que siendo un 19 de noviembre apenas entran los niños al salón, Omar pide ir al baño. Lo dejo. Mientras converso con los niños entra al salón la Sra directora con Omar diciéndome que el niño estaba jugando, escondiéndose en el baño, que no deje ir a los niños en horas de clase.
Esta escena lo conmueve, ofende, molesta a Omar de tal manera que cuando se va la directora no quiere trabajar.
Me acerco a Omar para persuadirlo de su actitud y me grita “SALÍ”, “ANDATE A LA MIERDA”, “PUTA DE MIERDA”. “LA DIRECTORA ES UNA PUTA DE MIERDA”, “ES UNA PELOTUDA DE MIERDA”. Ante la mirada absorta de los otros, expectantes hacia lo que iba a hacer, entre murmullos de algunos, inquietos por sus palabrotas. Le puse unos juguetitos sobre la mesa. El muñequito le habla diciéndole que él estaba muy enojado y molesto por la situación. El los toma y se esconde debajo de mi escritorio. Juega con ellos, se escucha su vocecita intercambiando los distintos personajes, unos avalanzándose sobre los otros, gritándose, etc y se queda allí un buen rato.

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